Tan solo pensar en el adolescente y de algún modo darme una pereza suprema, soportar el famoso "pavo" el drama por cualquier tontería, escuchar eso tan importante detrás de la pared, cambiar de opinión porque a mi hermana y a sus amigas les importa lo que pienso. Me siento con ellas en el sofá, jugamos, nos reímos, me piden opinión y pienso en la suerte que tiene mi hermana de tener a alguien como yo que aconseja, que escucha, que se preocupa por ella y por sus amigos e inevitablemente sentada en ese sofá vuelvo al pasado a hace diez años cuando la persona que me compraba el alcohol era mi prima.
La adolescencia esa supuesta etapa tan difícil y complicada, pues bien en mi caso nunca la vi así, es cierto que no era la típica niña que diese el perfil físico que todos los chicos querían y durante un tiempo me afecto, también tuve un cambio de amigos los que actualmente siguen mucho de ellos a mi lado. La verdad que tuve suerte, hay cambios y sufres algunas decepciones, pero ante todo fui una adolescente feliz, tenía amigos con los que celebrar y¡ que amigos! , tuve siempre muy claro mis gustos e ideales por lo que nunca me deje llevar ni me molesto en gran medida lo que dijesen los demás de mi, ni siquiera con dieciséis años me importaba llevar un chándal naranja porque era mi color favorito y pareciese una bombona de butano, quizás todo esto fuese por la educación que me dieron mis padres, por la confianza que me dieron siempre tanto en ellos como en mí, aunque en el fondo todo termina procediendo de mi personalidad porque mi hermana es todo lo contrario a mi y nos han educado a mi, o quizás porque las cosas han cambiado. El caso, con mis padres nunca hubo ese tira y afloja los he tenido más frecuente con veintipico años que antes, ellos eran autoritarios pero confiaban bastante en mí y siempre estuvieron a mi lado para apoyarme y recordarme que no me tenía que ir por el camino, puede que cuidar de mi hermana con quince años también ayudase a que fuese algo más madura y no una cabra loca.
Lo que para mí fue sin duda lo peor de la adolescencia fue el instituto, pero no ir allí por los compañeros o porque tuviese problemas sociales, al contrario, me encantaba estar con la gente de clase, reírnos, ingeniar algo nuevo, escuchar a algunos profesores, tener una agenda donde apuntar todas las "cagadas" que decíamos en clase, informar de todo lo que habíamos hecho el fin de semana sin que el profe se diese cuenta. Mi mayor problema fueron las notas, hacer deberes que ni siquiera entendía en clase, que mis padres tuviesen que gastarse dinero en mí porque no entendía los conceptos, el escuchar a algún que otro profesor decirme que no valía para estudiar, no cumplir con las exigencias de algunas asignaturas, llegar a casa llorando porque a pesar de todos mis esfuerzos no había llegado al aprobado mínimo o haber llegado pero no era suficiente y no podría llegar a ser alguien, ver la cara de decepción de mis padres, tener que estudiar en la playa matemáticas. Desde tercero solo me quedaban mates e inglés, y según avanzaban los cursos alguna más en algún trimestre, pero matemáticas e inglés hay estaban fijas! da igual el profesor, siempre estaban ahí siendo protagonistas de mis dramas escolares. debo decir que terminaba recuperando todo lo que me quedaba, que al final era una chica responsable y tenía muy metido en la cabeza que algo tendría que hacer para no terminar como otras personas sin estudios.
Mi caos nunca fueron los problemas sociales, ni el físico que quizás tuvo algo más de protagonismo, o discusiones por la autoridad de mis padres,ni siquiera el levantarme a las siete de la mañana para ir a sentarme a una silla al final iba a ver a mis amigos y pasármelo bien, mi caos fue que algo tan importante y necesario para el desarrollo de una persona como son sus conocimientos y aprendizaje fuese una condena, unos números que me hacían sentir que no valía nada, es también una de las razones porque elegí secundaria, me gustaría ayudar a los alumnos a no sentirse que no valen, que su esfuerzo si sirve para algo, que tan solo es una etapa que hay que superar para llegar a lo que deseen ser.
Las risas me devuelven al sofá de casa, rodeada de tantos adolescentes, sí son un poco tontos y a veces yo también soy muy exigente que mis padres incluso más, y vale reconozco que se me olvida que yo también tuve su edad. Me levanto, les miro con añoranza, que feliz y que suerte tuve con mi adolescencia.
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